Hay días extraños. Días en los que, a pesar de la reproducción cinematográfica
de lo habitual, es decir la rutina (ese esquema de vida que te planteas o te
plantean distintos sistemas) se siente diferente, parecen alterados por algo.
El despertador, el brazo cruzado para detenerlo y seguir durmiendo un ratito
más.
Salir de la cama con cierta pereza.
Te pones los lentes, pasas por encima de mí, que soy un obstáculo hacia la
puerta.
Tu Cuartito. Mi cuartito. ¿Nuestro cuartito?
Azúcar, diabetes, chocolate, robos (a grandes empresas transnacionales
solamente, porque lo merecen).
Te quitas las braguitas, o a veces ya las tienes quitadas desde el día anterior.
Eso significa que también estoy desnudo.
Coges la toalla, corres la puerta. Sales. Te duchas.
Hay días extraños. Días en los que a pesar de la reproducción fotográfica de lo
habitual, es decir la rutina, se sienten extraños, como si en cada detalle hubiera
otra intención. Como si se hiciera lo habitual pero pensando de otra manera.
¿Qué piensas?
Qué es de otra manera que el diminuto cúmulo de aire caliente que se mueve a
diario, no ha logrado estremecerme esta mañana. O no ha logrado
estremecerte y ya eres distinta.
Hay días tan extraños, en los que además de realizarse todo como siempre,
uno se siente ajeno.
Y tú lejana.
Alimentando lo ajeno, que es un pez globo de vidrio que engulle los pedazos de
materia.
Y se come la puerta corrediza y el ordenador, como tú le llamas. Las paredes
de drywall. La mesita, las medicinas, la cama…
y me caigo al piso, y se come el piso,
y me voy de hocico a la calle y se come la calle,
y me aferro al mundo, y se come el mundo y una estrella…
la estrella que me amenaza con desaparecer, como si a mí me importara más
ella que ella por sí misma, como si no le importara ser engullida por este pez
globo.
Y me queda el tiempo, y se come el tiempo, y se come el espacio, y se come lo
que no es posible tragarse y en medio de ese acromatismo, de ese negro
espanto
te sigo viendo, o alucinando, ya no sé hasta dónde es real la realidad de la
estadística, es relativo lo que percibo, pero si yo te veo estás, y para mí eso es
suficiente, eso es mi realidad…
Y estás tan lejana, cada vez más lejana que me es ajeno el universo.
O al final le soy yo tan ajeno a todo, y todo sigue igual
Eso no lo elijo.
Hay días extraños donde un pez globo de vidrio se atraganta de todo lo que no
nos pertenece. Y por eso no dejan de ser rutinarios y habituales. Y se come la
gravedad y no es posible siquiera ser dueño de la caída final, porque se ha
comido, incluso, los abismos.
Abismos que antes fueron horrendos escondrijos de los fracasados, de los
caídos,
lugares propios donde estar en cuclillas lamentando; y que ahora…
son entrañables, lindos sitiecitos donde caer –ahora- sería un lujo, o más que
eso una compasión.
Hay días tan extraños. Días que son iguales, rutinarios, habituales. Días
extraños donde ocurre que desaparece todo, pero todo sigue siendo una
reproducción cinematográfica de nosotros mismos.
Tan lejanos, tan ajenos, tan nosotros.