Categoría: Noticias

  • La tres erres

    1. Recordar.- Recordar es mirar el pasado. El pasado es un lugar donde ocurrieron los hechos que nos han traído aquí y ahora mismo. Es importante para nosotras echarle un vistazo a ese pasado y hacer una re lectura de la historia desde esa voz que no ha podido contarla: nuestra voz. Recordar, sin embargo, no puede ni debe ser una cuna de odios y resentimientos. Nosotras tenemos la tarea de investigar ese otro lado de la historia. Ya que lo que nos vienen contando desde el sistema educativo occidental impuesto, y nunca rechazado por los Estados después de las endebles declaraciones de independencia de América Latina, es la versión de quien cree que llevó civilización a un mundo salvaje; educación a ignorantes; luz a la oscuridad. Tenemos que recordar desde nuestro lado de la historia, desde nuestra versión, porque en ella se encuentran los rellenos de esos vacíos o huecos que muchas sentimos respecto a nuestra identidad, sobre lo que somos y no somos. No solo recordar que hubo una vez un hombre blanco invadiendo, saqueando, violando; sino recordar más atrás, cuando éramos originalmente nosotras y éramos dignas de ser quienes somos, sin un opresor. Y esto me lleva al siguiente punto.
     
    2. Reconstruir.– Tras el paso de occidente por varios países del mundo, con la biblia en una mano y el látigo en la otra, como decía, nos obligaron a no ser quien somos. E incluso nos obligaron a olvidarlo-aceptarlo: “Porque ya pasó”. Sin embargo, si lo dejáramos ahí, solo nos ha quedaría una identidad destruida. Una identidad cortada e infravalorada. Una identidad con huecos, con vacíos. Un miedo a ser nosotras. En ese sentido, lo que nos toca es reconstruir mirando ese pasado. Reconstruir nuestra identidad. Esta tarea es de nosotras hacia adentro, re edificar otra vez nuestro valores, creencias y símbolos. Para que esos vacíos que se manifiestan en miedos; esos vacíos que se manifiestan –muchas veces– en el rechazo a uno mismo; en una baja autoestima colectiva, es decir en la desprotección, podamos llenarlos, transformarlos en un verdadero sentimiento de pertenencia y protección. Y aquí llegaremos al siguiente punto.
     
    3. Reinventar-. Es la tarea hacia afuera. Hacia el otro. Debido a que el Otro maneja unos significados y referencias en relación a la identidad. En nuestro caso, lo que percibe el Otro, son unos significados y símbolos de algo que, en realidad, no somos. Esto está estrechamente relacionado con la relevancia y los fines de la Asociación Cultural Abya Yala. Para reinventar estos significados que tiene del Otro nuestra vía de transformación es el arte en todas sus formas. El arte como puente pedagógico y de reivindicación. Mostrar la perspectiva de nuestra verdadera identidad. El arte como instrumento de sensibilización, visibilización y lucha contra el estigma. Ahora, esto no se trata únicamente de invitar a la gente los recitales para que, desde un rol pasivo, nos escuchen y aplaudan, sino también abrir el espacio, a través de talleres de sensibilización, para que muchas de nosotras hagamos también el trabajo de reinvención dentro de nuestro círculo más cercano. Reinventar el significado de lo que realmente somos.
     
    Conclusión: Como pueden ver los tres puntos se manejan de una manera, digamos, holística. Porque para llegar a esta resignificación de la identidad, que es una percepción tanto interna, es decir una mirada interior hacia nosotras mismas, y a la vez externa, es decir en relación con el otro y su percepción de lo que somos, estamos haciendo los tres pilares: recordando, reconstruyendo y reinventado, todo, al mismo tiempo. Cada una de ella es un engranaje de interdependencia. Ninguna funciona sin la otra.
  • “Hijo de puta”

    Ser un hijo de puta es igual que ser un hijo de obrero mal pagado.

    Un “hijo de puta” —según el DRAE– es una mala persona. Es decir, si te crió una puta se asume que eres malo porque ser puta está mal. ¿Por qué está mal ser puta?

    “Puta” es una forma vulgar para decir “prostituta”. Una prostituta —DRAE–es una mujer que tiene relaciones sexuales a cambio de dinero.

    Históricamente, la mayoría de clientes de la prostitución han sido hombres buscando mujeres. En la edad media los curas consideraban inmorales a quienes la ejercían. Sin embargo se permitía porque se evitaba así que hombres incapaces de controlar sus aptetitos no “mellaran” el honor de las damas.

    Desde entonces la sociedad sigue manteniendo un concepto peyorativo a las mujeres que la ejercen y una también peyorativa connotación de la palabra puta (prostituta, cortesana, etc). Es decir, para la sociedad está mal que una mujer sea puta. Sin embargo, no se dice nada de los hombres que contratan a las putas. Sobre eso solo hay silencio.

    Entonces la palabra puta, que tanto pronuncia un montón de gente para insultar y denigrar, no existiría si no hubieran tantos putañeros. Hombres que no pueden controlar sus apetitos y que, claramente, cosifican a la mujer. Ciertamente, en algunos países nórdicos —Wikipedia— se considera la prostitución una forma de violencia contra la mujer, por lo que se les considera víctimas de explotación y a los clientes explotadores.

    Por lo tanto, “hijo de puta” no debería ser un insulto, sino solo una descripción de la situación violenta. Mientras que “hijo de putañero” sí que debería considerarse un verdadero insulto y una forma de denigrar. Pero claro, como la mayoría de nosotros somos hijos de putañeros, ni nos ofende. Sociedad de mierda.